Sin saber porqué, me despierto. Podría remolonear una hora
más, entre las sábanas que me susurran tentadoras, perderme entre ellas y las
páginas de alguna novela. La mañana es pesada y yo débil para aguantarla. Alcanzo
aquella cuyos personajes me están prestando estos días retales de sus vidas, para
sumirme en esa ensoñación, esa dulce fantasía. Una ficción que me acuna maternal
y que arrulla con voz de terciopelo. Una ficción que me consuela de la
monotonía de la vida gris. Los tacones de la noche anterior yacen olvidados en
el suelo, fueron despachados con prisa, nunca he aguantado pasar largos
periodos de tiempo calzada. Un vestido dejado caer sobre la silla observa a su
dueña en su trance literario, los ojos concentrados, la piel blanca aun con las
sábanas marcadas en ella. La noche anterior, él y aquella pensativa perezosa
recorrieron las calles en busca de algo interesante, y aunque los adoquines
eran los de siempre y las copas sabían a lo mismo, algunas risas despertaron la
calidez en su cuerpo, esa que nos dice que
seguimos vivos. Abandona mi
mirada las titilantes palabras en las que me había sumido. Me levanto y me miro
en el espejo. Restos de rimmel en mis pestañas y los labios todavía rojos. Me
viene a la mente aquella vieja amiga que siempre se sorprende de lo que aguanta
en mí el carmín, es como si nunca quisiese abandonar mis labios. Ahora, los
labios rojos ya forman parte de mi idiosincrasia, como los vestidos demasiado
recatados y el colgante del reloj. El
rostro en el espejo me sonríe. Me veo, pero no me siento. La noche anterior irrumpe a
tropezones en mi mente, esa sonrisa, él dijo aquello, ella me pidió el
pintalabios... Parecían todos tan felices, diría que exultantes, en la plenitud
de sus vidas. Y yo reí como ellos, yo sonreí y bailé como todos los demás, pero
no llegué a sentir esa dicha ni a sonreír con completa sinceridad. Recuerdo
aquella amiga abrazándome, el chico que me pidió mi número y el ritmo de una
música alegre en mis oídos. Así, rodeada de mis amigos, de la gente a la que quiero,
aun sentí un vacío. No lo llenarán las bienintencionadas atenciones de mis
compañeras de andanzas, ni el júbilo del baile… Lo que me hace falta eres tú, seas
quien seas.

Entender lo antes ininteligible, crecer, madurar, empezar a ver las cosas con claridad. Ese es el tema de este microespacio en la vasta red, cómo se me antoja la vida. Aquí, mis poemas, mis textos, mis reflexiones. Cómo leí en la carátula de un gran disco, "Bacon del domingo para la generación de los lunes". Extractos de mi mente, sólo yo, mis ojos como título, la fotografía que tomé en aquel avión como fondo. Trozos de mí, de mis sueños, de la gente que quiero.
Comprendiendo lo incomprensible
La vida es intrincada, idas y venidas, gente que se va, gente que vuelve y gente que no está nunca. Es saltar en un trampolín bajo el claro cielo de una primavera, es mantener la compostura ante situaciones complicadas, es mirar hacia delante teniendo en cuenta lo que hay detrás, es entender lo ininteligible, es comprender lo incomprensible.
martes, 9 de octubre de 2012
Labios rojos
Este es un fragmento que escribí hace algunos días. No suelo publicar este tipo de textos, no es terreno tan seguro como mi poemario. Ni mi estilo de literatura, pero el cuerpo me pedía publicarlo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)